Los adultos a menudo creen que simplemente están siendo amigables cuando hacen comentarios casuales a los niños. Sin embargo, muchos de estos comentarios (críticas a la apariencia, afecto forzado o expectativas de género) pueden ser profundamente dañinos. Los psicólogos explican que los niños absorben todo lo que escuchan, moldeando su autoestima y sus límites mucho antes de que puedan rechazarlo.
El impacto de los comentarios que cruzan los límites
El problema no es una intención maliciosa; es una falta de conciencia. Los adultos a menudo recurren a viejos guiones culturales y ofrecen “cumplidos” que en realidad enseñan a los niños a priorizar la validación externa sobre sus propios sentimientos. Cuando alguien comenta sobre el cuerpo de un niño, refuerza la idea de que el valor está ligado a la apariencia, no al valor inherente.
Las consecuencias a largo plazo son importantes. Los niños interiorizan estos mensajes y desarrollan una voz interior que juzga constantemente su comportamiento y apariencia. Esto puede provocar dudas, ansiedad e incluso trastornos alimentarios, como se vio en la experiencia de un padre con una abuela que criticaba constantemente los hábitos alimentarios de sus hijos adolescentes.
Por qué persisten estos patrones
Estos patrones surgen de normas sociales que a menudo no se examinan. Los adultos naturalmente se sienten a cargo de los niños, reducen sus filtros sociales y descartan la incomodidad como “sólo una broma”. Es posible que hayan crecido escuchando ellos mismos comentarios similares y sin cuestionar nunca su impacto.
El problema no es solo lo que decimos sino cómo reforzamos las expectativas. Forzar abrazos o presionar el afecto les enseña a los niños a priorizar la comodidad de los demás sobre sus propios límites. Esto puede conducir a patrones riesgosos, especialmente para las niñas, que pueden aprender a suprimir sus propias necesidades para evitar conflictos.
Rompiendo el ciclo
La solución es simple: trate a los niños con respeto. Hable con ellos, no con ellos. Reconoce el esfuerzo, la curiosidad y la amabilidad en lugar de centrarte en la apariencia o el encanto. Y, lo que es más importante, respete sus límites: si un niño no quiere un abrazo, no lo fuerce.
Los padres también pueden reformular los comentarios dañinos. Cuando alguien llama “mandona” a una niña, desafíe el estereotipo elogiando su asertividad. Si un niño está siendo genuinamente perturbador, aborde el comportamiento directamente sin críticas de género.
En última instancia, la clave es la comunicación consciente. Antes de hablar con un niño, haz una pausa y pregúntate: ¿Le diría esto a un adulto? ¿Qué mensaje estoy enviando? ¿Cómo puedo conectarme sin cruzar fronteras? El objetivo no es la perfección sino un esfuerzo consciente para crear un ambiente seguro y respetuoso donde los niños puedan prosperar.



























